«Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros» — Artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos
Todos los seres humanos somos iguales. Más allá de lo que podría diferenciarnos —razones genéticas, pese a que compartimos, de media, un 99,9% del genoma; intelectuales, aunque la inmensa mayoría tiene capacidad de abstracción mental suficiente; emocionales, pero la mayoría guarda una semejanza al menos en las pasiones más puras; físicas; o socioeconómicas—, nos une la posibilidad de ser libres y, en este estado, poder buscar destintos fines como son la autorrealización —sea del tipo que sea— o la felicidad.
Me resulta difícil que alguien niegue esto —aunque el mismo Mariano Rajoy, presidente del gobierno, lo hiciese en su juventud (http://goo.gl/WHC8j)— y por ello me sorprendió especialmente escuchar a un neurólogo en un documental —en Redes, creo— expresarse sobre la libertad como causa de infelicidad, frente a la satisfacción que puede ser dada por una recompensa tras el cumplimiento de una labor impuesta. Esta teoría me parece algo explicable, simplemente, en la asimilación de roles y conformismo con respecto a la situación de subyugación y, además, me recuerda uno de los lemas del Ingsoc, en 1984: «La libertad es la esclavitud».
«La libertad es poder decir libremente que dos y dos son cuatro. Si se concede esto, todo lo demás vendrá por sus pasos contados», dijo Winston Smith en la antes mencionada novela de George Orwell. No puedo negar esa afirmación, pero tampoco puedo utilizarla como algo más que un ejemplo de lo que realmente significa el término.
Todas las ideologías modernas se basan en él. Haciendo un pequeño resumen diríamos que el liberalismo reclama la libertad de comercio, el comunismo defiende la libertad de ser dueño del propio trabajo y de sus frutos, el anarquismo se fundamenta en la libertad de poder ser uno el responsable de las propias acciones —dando preferencia a la ética sobre la política— y que el personalismo defiende la libertad de poder crecer como individuo —la autorrealización— pese a saber y aceptar la sociedad como inicio y fin de las acciones de este.
Me es también posible determinar las ideologías anteriores al siglo XVIII bajo el prisma de esta palabra —la libertad para amar a Dios y al prójimo en el cristianismo, la libertad para buscar el placer en el hedonismo, etc— y esto se debe a lo que significa para mí.
La máxima libertad para los hombres es la libertad de elegir el propio destino. Esta solo es posible si se tiene conciencia de ella y de la ajena y se lucha porque todos, por igual, puedan decidir sobre si mismos (y sobre nadie más).
En la actualidad solo somos puntos aislados en cierto nivel de altura de una red tridimensional que no son conscientes realmente de su situación por no tener la posibilidad de elevarse sobre dicha red. Por lo explicado se deduce que existen relaciones de igualdad, pero también de jerarquía, lo cual niega la posibilidad de la libertad y, por tanto, de la igualdad.
Ya nacemos en el cubo y se nos condiciona con propaganda y afirmaciones basadas en la fe de quien escucha para que sigamos los roles de un sistema que se basa en la libertad de unos pocos para fijar el destino de sus iguales en niveles inferiores. Quién sabe si esto será parte de la condición humana; lo que seguro que no es, es justo pues, como dije al comenzar, todos los seres humanos somos iguales.
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