El señor Nicklas Herbert pertenecía a ese grupo de gente que veía peligros y amenazas en todas partes, ya fuera en los ojos del cartero o en el modo de tenderle el periódico el kiosquero de la esquina.
Filtrando el humo del cigarro a través de los labios entreabiertos, perforó con altivez al hombre que tenía enfrente: bajo, de constitución fuerte, rozaría la treintena. Pese a que una pequeña estufa caldeaba el despacho no se había quitado la chaqueta de cuero. Aquel hombre debía salvarle la vida.
- Alguien quiere matarme, Peter.
Peter no recordaba el momento en el que había pasado de aceptar emocionantes casos de asesinos en serie a las paranoias de un viejo cualquiera. El problema era que, aunque fuera una paranoia… el hombre que le hablaba no era para nada un Don Nadie.
Conocía al multimillonario Nicklas Herbert desde que era un niño que no levantaba dos palmos del suelo. Criado en Arizona, pronto pasaría de chaval travieso a niño de papá. Y de niño de papá no tardó en evolucionar a multimillonario gracias, sin lugar a dudas, a la bonita herencia de su padre.
- Si cada vez que dijeras esa frase me dieras la calderilla que llevas en los bolsillos seguramente el multimillonario sería yo y no tú. ¿Quién es ahora? ¿El cartero, el lechero? ¿Quizá tu chófer?
- Esta vez es cierto, Peter… - Mordiéndose el labio inferior, Nicklas se mesó un cabello sembrado de espigas blancas – Ya no me atrevo a salir en la radio o en la televisión. Ahí fuera hay alguien que quiere robarme mi dinero, seguramente es un imbécil insatisfecho con su vida que quiere ser el centro de atención del mundo. Se cree que puede superar a la mayor fuerza de seguridad del estado, se cree que el mundo no se movilizará para detenerle…
El detective suspiró, entre hastiado y profundamente cabreado. Los anillos de oro del ricachón arrancaban destellos de la lámpara que iluminaba el cuarto.
- Definitivamente, te has vuelto loco – Peter apagó su propio cigarro en el cenicero y le fulminó con sus ojos azules – No pienso ayudarte. ¿Sabes qué rompió nuestra amistad? Tú. Tú y tu altivez, tú y tus pretensiones de que todo el mundo viviera únicamente para servirte, para admirarte. Y ahora apareces aquí, diez años después de la última vez, con la misma canción. Tu problema es que te crees un dios y no lo eres. El dinero no te hace superior, voy a darte un consejo antes de echarte a patadas de aquí – el detective tomó aire en silencio antes de susurrar – cuando ese hombre te encuentre y te mate, entonces te darás cuenta de que, con una bala incrustada en el cerebro todos los hombres son iguales.