lunes, 9 de julio de 2012

Un mártir más

«Cuando aparece un gran genio en el mundo se le puede reconocer por esta señal: todos los necios se conjuran contra él». - Jonathan Swift

Ayer salió en las noticias de La uno. Ese joven había entrado en aquel palacio cercano al juzgado y, con un cierto complejo mesiánico o algo parecido, gritó, aunque sin ningún efecto, a quienes estaban alli:

—¡Fuera de mi templo, mercaderes! No podéis comerciar aquí... ¡No aquí! ¡Fuera!

Cuando la policía acudió —aunque aún no se sabe quién les puso sobre aviso—, halló al muchacho sentado en una esquina, en posición fetal y sollozando, según recogía su informe. En ese mismo acta se transcribió un, cuanto menos, surrealista interrogatorio.

—¿Podría explicarnos cuál era su intención en aquel lugar?
—Yo no tenía ninguna intención, pero tengo miedo señores agentes: ellos la han matado...
—¿Perdone? ¿A quién dice usted que han matado?
—A la más pura de todas... ¡La han matado! —gritaba— ¡La han matado!

Después de dos infructuosas horas de preguntas —tras las cuales los nacionales solo acertaron a definirle como un tipo "listo aunque extraño"— el hombre abandonó el recinto policial bajo el aviso de que la próxima vez que ocurriese aquello, no serían tan indulgentes con él, aunque, en realidad, pudo escapar sin ningún tipo de falta o multa porque aquella sociedad no había interpuesto una denuncia contra él.

El día siguiente, el chico volvió a aquel edificio, solo que esta vez armado con un libro, que cargaba bajo su brazo. Tal y como había ocurrido el día anterior, la gente le ignoró, no llegando siquiera a percibir que estaba allí.

—¡Os dije que os fueseis! ¡Idólatras! ¡Fariseos! ¡Falsos profetas! —decía, en el centro de aquel lugar, justo antes de que el guardia, alerta por lo que había ocurrido el día inmediatamente anterior, se le echase encima por la espalda. El joven se agachó, intentando desembarazarse de aquel imprevisto vulto. El encargado de seguridad cayó de cara al suelo, rompiéndose la nariz y perdiendo el conocimiento. Sin embargo, nadie se percató de ello.

—¡Tiene un arma, disparad!

También el muchacho terminó en el suelo, cerca de la esquina donde le habían encontrado el día anterior.

En el sumario judicial se relata que se confundió aquel libro, de título La conjura de los necios, con una especie de arma semiautomática y que, encontrándose el agente asignado a aquel palacio en el suelo, rodeado de un charco de sangre, las fuerzas del orden se vieron en la obligación de abrir fuego contra el sospechoso.

Fuentes extraoficiales sostienen que estos policías —los mismos que le habían tomado declaración el pasado día— sabían muy bien qué llevaba en la mano y a quién se refería cuando decía que "la habían matado" y que, por ello, le abatieron.

Sinceramente, mi opinión poco vale. Probablemente parezca difícil confundir un libro con una pistola, pero peores cosas se han visto. Además, hay que tener muy en cuenta que la cultura, muchas veces, puede hacer más daño que las balas. Por otra parte, si realmente las llamadas "malas lenguas" tienen razón, este hombre será, tan solo, un mártir más.

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